domingo, 17 de julio de 2011

Había una vez una familia argentina.


Crítica. La familia Argentina.

Un living cómodo para sostener las nuevas y pesadas incomodidades de un matrimonio en crisis es lo primero que aparece en escena. De a poco como en un largo camino asediado de grietas, se suman las particularidades que harán estallar gritos violentos y gesticulaciones cargadas de agresividad para terminar por consumar el destino supremo de la crisis central. Un hombre, dos mujeres y el conflicto, presentan una familia resquebrajada por la unión amorosa entre el marido (Luis Machín) de la madre (Claudia Cantero) y su hija (Carla Crespo).
El desconsuelo de saber y el regodeo de la verdad manifiesta es el eje que sostiene la dinámica del episodio que con el transcurrir del tiempo va perdiendo dudas y sumando claridad, deshilvanando así en una sospechosa transparencia. Progresivamente Laura, una madre desesperada rastrea la necesidad de nuevas preguntas que continuamente y, en silencio, espera a su vez el espectador en la oscuridad de la sala. Las piezas encajan casi a la perfección, mientras la narrativa sostiene de este modo la presencia indiscutible de tres excelentes actores en escena que, mantienen intactas y de modo permanente la creación de una multiplicidad de suspicacias e hipótesis, que funcionan como indicios articulando el relato y confiriéndole dramatismo y vigencia a una puesta excelentemente dirigida.
Una madre que es madre y esposa, parece tener la necesidad de soportar lo insoportable, no puede escapar de un saber que en apariencias condiciona su condición, instalándola en un terreno inquieto, inseguro, inestable pero insistente. No puede irse y aunque quisiera, sale pero vuelve a entrar, no puede retirarse del reducto que contiene encerrados largos años de una vida y de un matrimonio que se resquebraja invariablemente ante cada nueva explicación de Carlos y su hija. El tormento de la especificidad de las explicaciones trastoca los vínculos, que a su vez son puestos en tela de juicio. La obra pone de manifiesto una mujer, que ultrajada en sus sentimientos maternales resulta traicionada doblemente, una hija que sin preconceptos seduce y se convierte en madre de un hijo de su “padre” y un padre que reniega de su condición y a su vez transforma a su esposa en suegra. Estallan los límites racionales, la filialidad se encuentra cuestionada, mientras el drama localiza sus artimañas en un cerrado círculo endógeno.
Trastocados los lazos filiales, las relaciones parentales se modifican y renacen pares antagónicos por momentos inconciliables. Estallan los vínculos entre los dilemas de una estructura incestuosa, acompañada por un texto que recrea espontáneamente un compendio de humores irónicos, salvajes y violentos.
Juego de iluminación, el tiempo que pasa mediante una gran elipsis para que vuelva a reaparecer el exmatrimonio pero en una nueva condición. La hija no está, después del viaje a Francia decidió quedarse sin Carlos. La familia quedó como estaba, desmembrada, pero ahora no hay forma de recomponer el quiebre. Otra escena ambientada en el mismo living, que no parece el mismo, condensó años de tres vidas entremezcladas en algún momento unidas por un mismo destino y finalmente separadas por un artilugio idéntico y poco azaroso. Más allá o más acá de las elecciones conscientes o no, la traición hizo lo propio, la validez del enjuiciamiento social tejió sus redes, los vínculos deshechos pusieron de manifiesto las particularidades de una familia argentina, ésta o cualquiera. Ure quiso retratarla a fines de los ’80, hoy pareciera que a la Argentina de este texto no le habría pasado el tiempo. Un clásico en mano de Banegas con actuaciones impecables. El resto, fue dicho.


Ana Paula Rosillo.
Julio 2011.

Ficha Artística y Técnica.
Autoría: Alberto Ure.
Actúan: Claudia Cantero, Carla Crespo, Luis Machín.
Diseño de vestuario: Greta Ure.
Diseño de luces: Gonzalo Córdova.
Fotografía: Andrés Barragan, Carlos Furman.
Diseño gráfico: Sebastián Mogordoy.
Asistencia de dirección: Francisca Ure.
Producción ejecutiva: Luciana Sanz.
Producción General: Domingo Romano.
Dirección de arte: Juan José Cambre.
Dirección: Cristina Banegas.

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